Curacaví era en ese entonces un poblado, una calle larga, con unas cuantas casas de adobes, cubiertas en su mayoría con rojizas tejas. Las amables gentes del pueblo, alumbraban sus noches con los típicos conchones y las abuelas en algunas oportunidades solían ir al estero cargando sus lavatorios para lavar la ropa. Un empobrecido sastre que había dejado su taller en Santiago, avanzaba en su carreta, cargando telas, su máquina y utensilios propios de su oficio, le habían contado que en Curacaví era posible encontrarse con "el coludo" para realizar pactos. Bajando el altillo (donde hoy se ubica la casona de Curacaví), de repente sopló un fuerte viento y un sorpresivo relámpago iluminando la noche.
Detrás de un viejo espino me contaron que se ubicaba casi frente de la Millahue, apareció el innombrable, vestido de riguroso negro, el sastre le relató sus penurias, le solicitó realizar un pacto para cambiar su suerte y tener fortuna.
Don " sata moviendo su cola aceptó y lo citó a un lugar llamado El Olivar para la noche siguiente. La prueba acordada consistía en cuál de los dos enhebraba más agujas antes que llegara el amanecer.
Llegó la noche en cuestión y sentados bajo los olivos ambos se esforzaban por cumplir la prueba, las horas pasaban y el sastre se dio cuenta que "el mandinga" moría de sueño así que lo zamarreó para que despertara, con tanta fortuna que el mandinga se enterró una aguja en su pezuña gritando de dolor, era tanto el dolor que bramaba y votaba fuego por la boca. De esta manera el sastre ganó la competencia por abandono del contrincante.
Desde esa noche se convirtió en un acaudalado vecino de Curacaví.Ç
Cuentan algunos antiguos que aún quedan descendientes del sastre en el pueblo y aun esta su casa en pie en la avenida