Por Luis Sagüés Garay
Hemos celebrado esta semana la presencia de los Santos fundadores de la Iglesia Católica, San Pedro y San Pablo.
Quiero en esta oportunidad referirme al segundo de ellos, Pablo, originalmente Saulo, un enemigo de Jesús y persecutor de los cristianos, un implacable fanático en contra de los seguidores de Dios.
Un fenómeno extraordinario cambió su existencia y lo transformó en el pilar más sólido de la cristiandad. El Señor por un tiempo breve encegueció a Saulo y lo interpeló diciéndole, ¿Saulo por qué me persigues? Este episodio sobrenatural - por cierto - transformó la vida de Saulo y lo convirtió en el más valiente defensor suyo. Dedicó su vida a la conversión de los gentiles, personas no creyentes.
A la muerte de Jesús en el calvario del Gólgota, sus discípulos espantados por lo que les podía pasar, por seguir al Salvador, volvieron como era costumbre al templo judío. Muchos profetas del pueblo de Israel, habían concitado la atención de numerosos seguidores, creando sectas religiosas que luego muerto el líder, volvían a la sinagoga. Eso fue lo que ocurrió con un numeroso grupo de los seguidores de Jesús. Pero aparece Pablo y con clara y convincente argumentación, los conmina a no abandonar al maestro. Haciendo una reflexión profunda, les dice: si ustedes creen en las enseñanzas del Mesías y aceptan la verdad, que es el hijo de Dios, estamos en presencia no de una secta más del judaísmo, estamos en presencia de una nueva Religión incluyente, no ya sólo para judíos conversos, sino para toda la humanidad sin excepción.
Y este predicamento de Paulo expresado con la convicción del que escuchó la palabra del Dios resucitado, fundamentó las sólidas bases de la cristiandad y la institucionalización de la Religión Católica.