Recopilación de Juan Pablo Morales Farfán
Escrito por Juan Florit

En la vasta poesía chilena, pocos nombres resuenan con la misma intensidad que el de Rosamel del Valle. Juan Pablo Morales Farfán, en su emotiva recopilación "El Rosamel De Mis Recuerdos", nos transporta a una época donde la vida y la poesía se entrelazaban en cada rincón del Santiago de antaño. A través del texto de Juan Florit, se revela la esencia de un poeta cuya voz, aún después de su partida, sigue siendo un eco vibrante en el corazón de quienes lo conocieron. En este texto, la nostalgia y la amistad se entrelazan, recordándonos no solo los logros de Del Valle como poeta, sino también la profunda conexión humana que forjó a lo largo de su vida, marcada por el compromiso y la lucha social. Desde las primeras reuniones literarias hasta las risas compartidas en las matinés, cada palabra nos brinda un atisbo de la vida de un artista que, aunque se despidió demasiado pronto, dejó una huella imborrable en el alma de la poesía chilena.

“MI AMISTAD con Rosamel del Valle, comenzó el año 1918 en la casa de Urbano Donoso, un joven pintor y poeta, hijo de un obrero que había trabajado en la Pampa salitrera, y que a veces nos contaba sus luchas y penurias, en esa desolada tierra chilena. Se encendía su entusiasmo y su orgullo, al mostrarnos unos releídos y amarillos folletos, publicados modestamente, y que dejaron huella revolucionaria. Fueron escritos y repartidos por el gran luchador que se llamó Luis Emilio Recabarren.

Rosamel era un muchacho alto, espigado, moreno. Su rostro tenía características que lo acusaban, equivocadamente, de haber nacido en algún país tropical. Sé que ellas le causaron molestias, durante su larga estada en la tierra de Whitman y de Poe. Del Valle era de una fecundidad asombrosa. Llenaba cuadernos y cuadernos, con versos y prosas.

No colaboró ni en "El Peneca", ni en "Corre-vuela", publicaciones donde se iniciaban los futuros escritores. (Neruda colaboró en la segunda de ellas). La revista infantil "El Peneca" la dirigía una autoridad en materias literarias; el crítico Omer Emeth, y eran sus secretarios dos poetas que figuraron en la mejor antología de poesía nuestra: "Selva Lírica". Estos secretarios eran: Benjamín Oviedo Martínez y Julio Arriagada Herrera, (Gabriel de León).

El "Corre-Vuela" estaba bajo la dirección del poeta festivo Pedro Enrique Gil. Rosamel, repito, no escribió en ninguna de las dos revistas. Pasó de los cuadernos, donde ya vibraba una promisoria poesía, a su libro "Los Poemas Lunados". Libro que después deseó olvidar.

En nuestras reuniones de los Domingos o en algún día de la semana, en el hogar de Urbano Donoso, leíamos nuestros primeros trabajos literarios. En el Grupo, sin nombre, estaban los futuros escritores, J. Moraga Bustamante, Armando Nieves, Joaquín Fabres, Oscar Jara Azócar, Jermán Moncada, Alejandro Guerrero, y el poeta humorista Juan de Juanes. Lo llamábamos "El sátiro viejo", por sus aventuras amorosas, y era de una edad mayor a la de nosotros. También asistía a las reuniones Marta Donoso, hermana de Urbano, que se firmaba "Mustia".
Visité, repetidas veces, a la familia de Rosamel, en una casa próxima a la calle San Pablo, abajo. Sus padres eran muy cordiales. Las hermanas del poeta de "Orfeo" murieron jóvenes. El amigo evocado era obrero gráfico en una imprenta de mala muerte que estaba a la entrada de la Quinta Normal, acera norte. Allí lo iban a buscar los aprendices de poetas. Y se leían sus débiles producciones en las cercanías del Museo de Historia Natural, o a las orillas del pequeño lago. Otras veces las lecturas las efectuaban en cantinas humildes de Mapocho o Matucana, bebiendo, no en cortos intervalos, vino negro, pobre, no etiquetado. Y gozábamos viendo pasar a una airosa y brillante locomotora, llamada "Curimón", y a su fogonero paleteando el alimento para la caldera. El silbido y la campanada de ella, aún están en el recuerdo, y veo cómo se aleja el humo empenachado, saliendo curioso de su alta chimenea.

Rosamel, en ese tiempo, se unió en un intenso idilio con una obrera que trabajaba en un taller de costura. Se llamaba, (como lo revelé en una crónica publicada el año 1965) Rosa Amelia del Valle. Era una mujer sencilla, morena, simpática. Pasaron los años y el nombre de esta mujer, más bien el apellido, opacó y dejó en la sombra, al del poeta, Gutiérrez, cambiándose en un valioso seudónimo.

Rosamel vivía el año 1925 al interior de una cité, que tenía entrada por San Francisco y la pecadora calle Eleuterio Ramírez. Su casa era la 31. En ella se fundó, en ese tiempo, el Grupo Ariel, publicándose en el mismo año y con nombre igual al del Grupo, una revista. (Dos números) colaboraron en ella, destacados escritores de Chile y América. Conocida en la Argentina, sirvió para que los poetas arielistas, Rosamel del Valle, J. Moraga Bustamante, Fenelón Arce y el que escribe estos recuerdos, integraran con doce poetas más de Chile, la parte correspondiente a nuestro país. La Antología se llamó "Índice de la Nueva Poesía Americana". Fue prologada por Vicente Huidobro, Jorge Luis Borges y Alberto Hidalgo. Y cosa insólita, a la revista "Ariel", la elogió "Alone", en el diario "La Nación".

Siguió sumando el tiempo, horas, días, meses, años, y Rosamel tuvo nuevos amigos, publicando, entonces, "Panorama", una excelente revista de poesía. Otro integrante del Grupo Ariel, Moraga Bustamante, lanzó en 1927. (Lo acompañé) un único número de su revista "Andarivel", impresa en papel verde. Entre sus colaboradores estuvieron, Hugo Mayo, ecuatoriano; Eduardo González Lanuza, argentino; Luis Cardoza y Aragón, guatemalteco; y los chilenos Juan Marín, Fenelón Arce y Arturo Troncoso.

Quedan en mi memoria recuerdos y recuerdos de Rosamel del Valle. Pero, entre ellos, siempre está luminoso, el de las lejanas matinés del biógrafo Patricio Lynch, donde éramos asiduos a las películas de Norma Talmadge, La Bertini, Perla White, Eddie Polo, el elegante Max Linder y el despampanante Sánchez. Rosamel reía a carcajadas con las cómicas y truculentas escenas. Ya pasaba de los veinte años. Sin embargo, se reía como un niño. ¡Reía sanamente, jubilosamente!”


JUAN FLORIT