El escritor chileno Antonio Acevedo Hernández (1886-1962) fue prolífico detallando la contingencia social. El campesino, el minero y la explotación laboral forman parte de sus temáticas literarias, creando un nuevo escenario que se contrapone a los idealizados ambientes en obras de esa época. En “Leyendas Chilenas” -publicado por editorial Nascimento en 1952- se encuentra un antiguo relato originado en Curacaví, recopilado recientemente por el señor Juan Pablo Morales Farfán.
El cerro Mauco ejerce fascinación en sus visitantes. Una antigua tradición señala que la cumbre queda cubierta por un oscuro sombrero de nubes cuando la lluvia es inminente, lo que puede explicar su nombre en lengua originaria.
En sus laderas aún existen vestigios de faenas mineras centenarias y edificaciones abandonadas, atribuidas erróneamente a los pueblos originarios. Para evitar la invasión de extraños a estas pertenencias, era común que el dueño hiciera correr el rumor de situaciones terroríficas en sus inmediaciones, tejiendo una historia que finalmente se convertía en leyenda.
“El Cerro de Mauco” es la transcripción de una leyenda local, llevada al papel por Alfredo Pavez Palma, un alumno de la Escuela Normal de Chillán en 1936 quien la escuchó de unos campesinos en Curacaví a la edad de nueve años. Este relato es una variación de otra narración titulada “La historia maravillosa del roto que engañó al Diablo”.
Los campesinos decían que en el Mauco abundaban los pumas, pero también los ruidos extraños, humos infernales, fantasmas y brujas horripilantes. Este cerro era el asiento del mismísimo Diablo y el atrevimiento de subirlo podía costar la vida. Aún así, Paulo el aloca’o llegó allá y se salió con la suya. Era un roto astuto y valiente que vivía en el fundo La Esquina en tiempos de Guillermo Riesco; risueño, mujeriego, bueno para las cuecas y muy habiloso.
Un día se quedó sin plata, y deprimido, subió el Mauco para terminar con su vida, pero en el camino le ocurrieron hechos inexplicables. Se le apareció el Diablo en forma de perro, echando fuego por los ojos y la boca; sabiendo perfectamente a lo que iba Paulo, se le acercó instándolo a reconsiderar su fatal decisión. Le ofreció una cajita con oro interminable para rehacer su vida de forma próspera y olvidar las penas a cambio de volver al cerro en 20 años, entregado al infierno. Paulo aceptó y el Diablo le pasó un papelito para escribir el acuerdo; a falta de lápiz, lo hizo con la sangre de su dedo, pero Paulo no le puso fecha. Gran jugada.
Así, Paulo se dio la gran vida, codeándose con gente importante, lleno de lujos y mujeres. Como Curacaví le quedó chico, emigró para volver ya cumplidos 20 años, en medio de actos y solemnidades. Supuestamente había llegado su hora y subió el Mauco para saludar al Diablo y hablar de negocios. Éste sacó el papelito recordándole su destino final, pero Paulo señaló que no ocurriría, pues no había fecha en la escritura y por ende, el fatal momento no había llegado y
tampoco llegaría. Muy enojado, el Malulo desapareció en una explosión dejando intenso olor a azufre: Paulo, un roto curacavinano muy astuto, había engañado al Diablo.
Francisco Leyton Meléndez. Investigador de historia y genealogía de Curacaví.-