Por Luis Sagüés Garay
Que luminosa ebullición de optimismo y exuberante vida, nos produce la espontánea y generosa profusión del Dedal de Oro, en esta temporada. Es presagio de buenaventura, de encendida esperanza de tiempos mejores. Esta majestuosa planta fue introducida casualmente en las postrimerías del siglo XlX a Chile, desde California. Se ha difundido vertiginosamente al amparo del descuido del ser humano, al no invadir suelos útiles a la agricultura, profundos, fértiles y cultivables. La Eschscholzia califórnica, (Dedal de Oro, Flor de la línea) se ha multiplicado profusamente en la zona central, desde la cuarta a la séptima Región, ocupando suelos pobres de secano (aquellos que se riegan sólo con la lluvia) espacios no cultivados, rellenos pedregosos de líneas férreas y bermas de caminos.
Sólo pide que no la destruyan, que es la acción perjudicial que realiza el ser humano, con la complicidad o pasividad del estado. Porque es una planta que no produce ningún perjuicio, no es una maleza, -que se reporte en ningún cultivo en Chile-, porque su hábitat es muy hostil a especies domésticas comerciales. Su hermosa presencia, simula una inmóvil mariposa de esplendoroso color, que solo se mueve con la briza de la estación primaveral. Esta sensación, incluye desde el luminoso rojo anaranjado del amanecer, al tenue amarillo crepuscular.
No obstante, todo lo anterior, implacablemente la mantención desnaturalizada, de las empresas que mantienen la “limpieza de las bermas” en nuestros caminos, la persiguen descontroladamente. Nadie ha podido explicar racionalmente, esta lapidaria práctica. Pero anualmente a comienzo de primaveras secas, o finales lluviosos de esta, pasan inevitablemente, las desbrozadoras destruyendo, una de las pocas flores que nos alegran la existencia, en un paisaje como el nuestro, muy discreto en colorido y variedad floral.
El Dedal de Oro, solo implora -sin pedir nada- que le permitan expresar su exultante belleza, derramada generosamente, sobre el campo chileno.