Por Víctor Méndez Navea

Se hace difícil escribir sobre recuerdos de curacaví, más aún cuando el inconsciente colectivo se ha encargado de fundirlos con el olvido. Incluso, en algunos casos, con mala intención. Por ejemplo, en las últimas abundantes lluvias la televisión e innumerables registros en redes sociales mostraban al “río-estero” rebasando los distintos badenes. Muchos celebramos con júbilo su osadía. Y como otras veces, fuimos atacados con, “la estupidez que celebran” sin saber lo que eso significa para nuestros recuerdos.

Hace unos 40 años en una poza a un costado de la piedra tacita, que mucha gente del nuevo Curacaví no conoce y menos sabe su significado para nosotros, dos liceanas expertas en las artes de la cimarra entre piqueros y guatazos discutían sobre nuestro gentilicio “weona curacavinanos se llaman los  de Curacaví” afirmaba la más flaca, y la más chica pero con la cara de más saber replicaba “noooooo weona, se llaman curacavinos” luego pusieron sus ropas escolares sobre sus cuerpos mojados y se fueron afanadas en su estéril discusión, hoy vemos resultados de esa discusión en donde una barra sin color pero que se burla de tener estadio, nos calificó como curacavinos en un mural de muy poco buen gusto en  un centro educacional. Y es así como lo asumirá toda la población adyacente.

Y es así también como aun no veo una iniciativa que rememore a los comunicadores de Curacaví que con mucho esfuerzo y billetes de su bolsillo sin más colores que los asignados por el banco central fueron pioneros en la transmisión de eventos locales.

VMN