Por Luis Sagües Garay

La trágica experiencia venezolana debe alertar al mundo libre. Un sistema que comienza por un cauce electoral normal y que aprovechándose de las prerrogativas que permite la democracia, va lentamente apropiándose de la libertad, hasta establecerse con el control total del Estado, conculcando los derechos esenciales del ser humano, sin que nadie se atreva hacer nada para impedirlo, ni sacarlo de este.

Eso es lo que ha ocurrido en Venezuela, y es lo que ocurre siempre que estos sistemas comunistas, se apoderan del país. Los organismos internacionales que pudieran albergar la esperanza de hacer algo, enmudecen o muestran una complicidad alarmante. Pero todos ellos, están dispuestos permanentemente ha rasgar vestiduras, cuando un país -aunque sea muy justificada y brevemente-, se sale de la normalidad democrática para evitar una experiencia como la venezolana.

Chile vivió en los años 70 del siglo pasado una situación parecida, un gobierno que siendo elegido democráticamente -aun cuando con un sistema electoral muy imperfecto- se salió sistemáticamente de la constitución y las leyes. Esto fue ampliamente declarado por los más altos organismos públicos, la Corte Suprema de Justicia, la Contraloría General de la República y el Parlamento. Quienes denunciaron esta violenta irregularidad ilegal, y ante la insistencia del gobierno de aquel entonces, hubo que recurrir a las FFAA y de Orden, para restablecer el Estado de Derecho y volver en un acotado espacio de tiempo, a recuperar la democracia perdida. Y restablecida, a través de elecciones libres, informadas y respetadas por el poder existente hasta ese momento.

Es poco lo que se puede esperar de la situación venezolana, porque no hay en ese país, un sector poderoso que organizadamente pueda restablecer el mandato popular, ya muy claramente demostrado en los últimos comicios electorales, que –como no fueron favorables al sistema imperante– son absolutamente desconocidos y desechados por el Gobierno de Maduro y sus seguidores.

Lamentablemente la democracia no puede convivir con doctrinas que ofrecen abiertamente utilizar estos procedimientos, para lograr el control total de los Estados. Y la experiencia empírica lo demuestra en innumerables oportunidades. La democracia es una doctrina frágil, que basándose en la buena fe y voluntad de los hombres -que no son lamentablemente perfectos– es muy vulnerable y fácilmente conculcada por los que no aceptan otra forma de gobierno que la que ellos practican.

Nuestra original Constitución de 1980, que establecía una “democracia protegida” fue, lentamente modificada hasta llegar a una situación muy favorable al establecimiento de un gobierno totalitario. Esta situación solo fue corregida, popularmente, con el rechazo ciudadano, de los dos intentos de otra nueva constitución. Si no hubiese sido así, estaríamos muy seguramente en una situación muy parecida a la venezolana, cubana y nicaragüense, dentro de sud américa.