Por Luis Sagüés Garay

La trágica y oprobiosa experiencia vivida en nuestro país, del caso Monsalve, lleva a una dura reflexión, por qué están ocurriendo situaciones como las observadas. Es evidente la gravedad de estos episodios.  La alta investidura política del protagonista principal de este suceso, hacen tanto más grave este hecho. Los casos de corrupción tanto en el plano político cotidiano, como en el que se ven involucrados personajes del gobierno o directamente partidarios de este, desacreditan aún más, a la elite que nos conduce.

Pero no sólo este estamento se ha visto seriamente involucrado, el poder judicial ha sido conmovido por la destitución de dos de sus más altos dignatarios, al aprobarse una acusación constitucional, que los sindica como partícipe de actos absolutamente censurables, sospechosos de delitos. ¿Cómo puede una ciudadanía, que en su gran mayoría se ajusta a las leyes, respeta el ordenamiento jurídico y, contribuye con su esfuerzo al desarrollo de este país, permanecer al margen de actos tan deleznables cometidos por altas autoridades? ¿Qué está ocurriendo en Chile? Es la incógnita que se hace la ciudadanía. Esta degradación ética y moral posiblemente viene desarrollándose desde hace cierto tiempo. Es posible que concurran a esto, hechos iniciados en el siglo XlX cuando se produce una fuerte tendencia a separar a la Iglesia como institución eminentemente moralista, del devenir del Estado. Se produce una lucha religiosa en que parte importante de los partidos políticos más agnósticos y liberales insisten en desvincular al Estado de la tutela moral de la Iglesia. Hasta ese momento sin discusión argumental filosófica y mayoritariamente aceptada por todos, la religión mostraba al ser humano una razón a su existencia terrena, esto es lo que el historiador Gonzalo Vial Correa llama “imago mundi” un “ideal de vida” que, sin entrar a enjuiciar, indicaba a las personas una norma de existencia, que siguiendo los preceptos morales del cristianismo, ofrecía el paraíso como premio. Este modelo que el laicismo chileno destruyó en el siglo XlX, no ha podido ser sustituido hasta hoy, causando vacío moral.

Una corriente materialista muy afianzada en las enseñanzas del marxismo moderno, permiten a las leyes positivistas, legitimar algo malo, convirtiéndolo en bueno por una simple mayoría, muchas veces absolutamente circunstancial. Es así como hemos visto en el último tiempo – aplicando este modus operandi- tratar incluso de refundar Chile, a través de nuevos intentos constitucionales.

La experiencia comentada no ha llegado a su fin. En el devenir del tiempo van apareciendo nuevos antecedentes que complejizan aún más el caso.

Todo el país consciente e inconscientemente sólo desea, que se aclare todo. Se sancionen -si los hay - a los responsables y se pueda esperar, que los incumbentes, puedan dedicarse a resolver los problemas que son urgentes de la población chilena.